Nos levantamos a las 5:15 para poder contemplar el amanecer en las ruinas de Palmira. La noche ha sido fria y el viento no ha dejado de sonar en las ventanas. Es sorprendente los cambios de temperatura en el desierto. Nos abrigamos todo lo que podemos y nos encaminamos en plena noche a la antigua ciudad romana. El amanecer tarda en llegar lo que nos parece una eternidad, pero cuando aparecen las primeras luces nos quedamos impresionados por la belleza del lugar. Las fotos realmente hacen que merezca la pena el madrugón.
Según se va haciendo de día, las ruinas comienzan a mostrar sus auténticas dimensiones. La avenida principal mide unos 500 metros y acaba en un templo funerario que junto con las columnas y el castillo al fondo componen quizás la imagen más famosa de Siria. Lo mejor de todo es que durante esas dos horas somos las únicas personas en toda las ruinas, a excepción de unos escolares que se acercan a pedirnos caramelos y a los que damos ademas unos cuantos lápices que agradecen mucho.
A las 8:15 nos encontramos con Ahmad, que nos lleva al museo y allí compramos las entradas para las torres funerarias. De nuevo el carnet de estudiante funciona y pagamos un precio casi simbólico, 30 SYP. Lo curioso del asunto es que además de comprar las entradas se ha de proporcionar transporte al señor de las llaves, que nos acompaña en el desvencijado vehículo y nos abre pertinentemente los candados de un par de estas tumbas que, por otra parte, tienen bastante poco que ver.
El final de la mañana lo pasamos vistando el Templo de Bel (30 SYP). El templo esta desierto y nos lleva menos de 20 minutos recorrerlo entero. Las estructuras son interesantes pero a estas alturas ya estamos un poco cansados de tanta ruina, así que decidimos volvernos al hotel para un merecido descanso. A la salida nos esperan los niños de los camellos que el día anterior nos recibieron en el hotel Zenobia. Ante su insistencia y como no teniamos demasiadas ganas de dar una vuelta en camello, les proponemos darles algo de dinero a cambio de hacernos unas fotos con ellos y los camellos. Aceptan encantados, nosotros también.
Al pasar por el museo de camino al hotel nos encontramos de nuevo con Ahmad, pero esta vez con una chaqueta y una gorra, por lo que deducimos que además de conductor, también trabaja allí. Con lo mal que está el turismo en esta zona (no seríamos mas de 15 turistas en Palmira ese día), es normal que la gente tenga que pluriemplearse. Charlamos otro rato con él y nos propone una visita al poblado de unos beduinos amigos suyos por la tarde, oferta que no desaprovechamos. Tras comer algo y dormir un poco, tendríamos una auténtica experiencia beduina, aunque quizás un poco especial.
El poblado está a unos 12 kilómetros de Palmira, por la carretera del desierto, en dirección a Irak. Los últimos dos o tres kilómetros los recorremos fuera de pista por medio de las piedras y dunas del desierto. Parece mentira que un coche en este estado pueda aguantar tanto traqueteo. Al llegar nos presenta a los miembros masculinos del poblado (a las mujeres no las vimos) y nos explica la forma de vida de esta gente que básicamente se dedica a la ganadería, y que se ayuda de camiones para transportar el ganado hasta las fuentes que el gobierno tiene instaladas cada 30 kilómetros. Pasamos un par de horas con ellos en su tienda de hospitalidad donde nos invitan a un café árabe de bienvenida (muy fuerte) y te (chai). Ahmad nos invita a una narguila de tabaco con aroma de manzana.
Practicamos con ellos las tres o cuatro frases en árabe que habíamos aprendido para el viaje, con bastante éxito por cierto. Curiosa vida la de esta gente. Uno se acaba de casar hace un mes y nos ponen el video de una fiesta que por lo visto duró tres días. A nosotros 20 minutos se nos hacen eternos. Disponen de un generador eléctrico a gasolina que les proporciona electricidad para poner la televisión y el video (no se reciben emisoras en medio del desierto), y curiosamente, para recargar sus teléfonos móviles. Cuando el ambiente es definitivamente relajado, jugamos un rato a cambiarnos las gafas de sol y posar con ellas, cosa que les hace mucha gracia.
Y aun algunas más...
A la vuelta al pueblo, cenamos en Traditional Palmyra otra de las especialidades locales. La cena de nuevo es exquisita, y no demasiado cara (425 SYP). Ajustamos cuentas con Mohammed y Ahmad, $20 por las excursiones y $35 por el alojamiento. Decidimos irnos pronto a la cama porque parece que Yolanda ha cogido frio por la mañana en las ruinas. Ahmad, que ya parece de la familia, se ofrece a llevarnos el día siguiente a primera hora a la estación donde tomaremos el autobús hacia Damasco, donde habremos de buscar algún medio de transporte hasta Amman, de nuevo en Jordania.
|