Nos levantamos a las 5:15, y esperamos al autobús de Wadi Rum en la puerta del hotel. El personal de recepción ha avisado por teléfono. Aún hemos de esperar otros 45 minutos en el centro de Wadi Mousa a que llegue algún viajero más. Una mujer beduina que viaja con nosotros nos deja a su bebé mientras desayuna un vaso de leche. Antes de bajarse, cerca de Wadi Rum, nos invita a visitar los caballos de su establo antes de irnos. Al llegar a la desangelada terminal de autobuses de Wadi Rum, nos recibe nuestro guía, Attayek Ali, con el que habíamos contactado a través de Internet semanas antes. Nos conduce a su casa, donde nos invita a un té y nos presenta a dos amigo suyos que charlan animadamente en árabe. Trás un rato de desconcierto y de no enterarnos de nada, nos montamos en el destartalado jeep, y después de un breve paso por una tienda local para comprar los víveres del almuerzo, Attayek nos despide, y nos dice que uno de los chicos será nuestro guía el resto de la jornada. El plan es visitar los lugares más interesantes del desierto por la mañana, almorzar en un campamento beduino y por la tarde explorar a pie por nuestra cuenta el cañón Barrah y a continuación trasladarnos a un lugar privilegiado para contemplar la puesta de sol. Cenaremos en el mismo campamento y pasaremos la noche en el desierto contemplando las estrellas.
Nuestro guía, que dice llamarse algo parecido a Ed, no habla virtualmente nada de inglés y la comunicación se reduce a unas escasas sonrisas. Nos sentimos algo estafados, dado que Attayek nos fue recomendado como el "mejor guía de Wadi Rum", y habiendo negociado un precio bastante alto por sus servicios (25 JD por persona, unos $75 en total) nos imaginábamos otra clase de atención. El viaje en la parte trasera del jeep es bastante agitado, y en poco tiempo nos adentramos en el desierto. La primera parada consiste en una visita a unas ruinas y una fuente utilizadas por el mismo Lawrence de Arabia. El paisaje de desierto y dunas es realmente increible, y con la excepción de un un turista a lo lejos montado en un camello, la vista no alcanza a ver a nadie más en varias horas.
El resto de la mañana transcurre dando saltos en la parte trasera del jeep, y con un par de paradas para contemplar unas inscripciones nabateas y un arco natural. Poco antes de comer, nos acercamos a la tienda de una pareja beduinos mayores, donde nos ofrecen un té mientras sus dos habitantes charlan animadamente con nuestro guía. La conversación (suya) se alarga por más de una hora.
Trás esta parada, nos dirigimos a un gran arco natural, y nueva parada de casi media hora para verlo, aunque unos pocos minutos habrían bastado. Las vistas desde lo alto del arco natural merecen la pena.
El almuerzo no resulta nada agradable por el calor y las moscas que invaden la comida. Trás un largo de descanso de casi dos horas, acompañados por las insistentes moscas, Ed nos deja a la entrada del cañón Barrah y nos dice que nos espera en una hora y media en el otro extremo. La experiencia de caminar en absoluta soledad entre estas desoladas montañas y las dunas doradas es inolvidable. En algunas zonas, el eco que generan las paredes de piedra roja, hace rebotar el sonido durante segundos. Trás la caminata, Ed nos espera con el jeep, e intenta llevarnos al lugar de la puesta de sol, pero se le ha hecho tarde. Intenta a toda costa llevarnos al lugar reseñado por las pistas de las dunas, pero hemos de pedirle que reduzca la velocidad. Preferimos no jugarnos la vida por una puesta de sol a la que es imposible llegar.
A estas alturas de la jornada, ya estamos un poco cansados de desierto y no nos sentimos demasiado cómodos con el trato recibido, así que decidimos que nos trasladaremos a Aqaba después de cenar. Poco podíamos imaginarnos las vueltas que daría la noche. Para la cena, Attayak nos junta con otro guía que acompaña a una joven japonesa, llamada Chieko, que se encuentra en la zona haciendo un recorrido bastante parecido al nuestro. Cuando nos disponemos a degustar la cena cocinada por los guías, oimos a Chieko quejarse de una caida. Al parecer se ha tropezado con una de las cuerdas que tensan la tienda. Corremos a ayudarla a levantarse, pero el dolor en la pierna es intenso y no puede moverse. Decide cenar alli mismo y esperar a que se la pase. Pero tras una hora de espera, el dolor aumenta, y casi no puede moverse. Tomamos la decisión de evacuarla al pueblo de Rum, donde existe un pequeño consultorio médico. El traslado es tremendamente doloroso para ella, que durante más de 20 minutos ha de sufrir los continuos baches y saltos del 4x4 por las dunas. El médico del pueblo no es capaz de diagnosticar la lesión, aunque a nosotros nos da la impresión de ser algún problema de cadera. Trás administrarla un calmante, decide trasladarla en ambulancia al hospital de Aqaba, a unos 60 kilómetros. Durante la espera por la ambulancia, en la puerta de la consulta del médico, los guías hacen bromas acerca de los gritos de dolor de la chica. Trás la mayoría de experiencias positivas del viaje, Wadi Rum, una auténtica maravilla de la naturaleza, nos deja un sabor agridulce por el comportamiento tan poco respetuoso de estos guías.
Cuando llega la ambulancia del ejército, nos comunica que la trasladan al Hospital Militar Princess Haya de Aqaba. Nosotros conseguimos un taxi que por 13 JD nos lleva al hotel Al-cazar de Aqaba, donde trás regatear un poco conseguimos una habitación con vistas al mar, la 301, por 36 JD la noche. Una vez dejamos nuestros equipajes en el hotel, nos dirigimos a pie al hospital, donde encontramos a Chieko ingresada en Urgencias, y un mal pronóstico: la temida rotura de cadera. La calidad del hospital y el trato por parte del personal es sencillamente inmejorable. Chieko tiene bastantes problemas para comunicarse en inglés con su médico, y hacemos de interpretes para ella, aconsejándola contactar con su embajada. Al poco rato aparece un amable policia que toma declaración a la pobre japonesa, de nuevo con nuestra ayuda en la traducción y en el relato de los hechos. Los médicos deciden que hay que operarla de forma urgente en Amman, así que en pocas horas la trasladarán a la capital. La despedida de Chieko es realmente emotiva y a todos se nos saltan las lágrimas. Hace muy pocas horas que nos conocemos y el ser sus únicos amigos en el país hace que nos duela separarnos de ella.
Es bien entrada la madrugada cuando volvemos caminando al hotel y decidimos quedarnos en la calle un rato tomando una coca-cola y unas galletas, rememorando la cantidad de aventuras que nos ha deparado la jornada.
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